Lo que todos debemos escuchar
Roberto Kern
Un alumno irreverente y un profesor presuntuoso han servido como componentes característicos de las representativas relaciones entre pupilo y mentor, sobre todo aquellas con un aire de reyerta, carentes de compenetración y conformidad entre uno y otro.
-“Piensa que su clase es la única a la que debemos atender.”
-“Piensa que no hacemos nada durante los fines de semana.”
Esas tienden a ser las quejas que, complementadas con un aire de desconformidad, escuchamos por parte los alumnos que se quejan sobre sus profesores. Y sí, a veces sentado en el pupitre es inevitable contemplar la posibilidad de que los educadores carezcan de empatía hacia nosotros.
Cada oportunidad que tengo para hablar con un profesor de algo desvinculado a su clase revive una noción que a menudo concibo, aquella en la que más allá del salón de clase, los profesores son personas; una idea tan sencilla como olvidada. Esta misma idea pude contemplar leyendo el blog de una profesora estadounidense cuya identidad no revela. Unas pocas líneas de sus reflexiones son suficientes para hacernos saber que los maestros no son policías cuya labor es meramente imponer la educación.
Profundizando inclusive más, nos presenta con su concepto de la educación con el fin de corregir la noción distorsionada que tenemos de la misma. Nos hace entender que aquella educación que sitúa la formación académica por encima de nuestra formación como individuos íntegros, ha sido predominante en los últimos años, haciéndonos cuestionar si esta jerarquía es realmente la que queremos para nosotros mismos como alumnos y para nuestros hijos.
Si no vamos al colegio para aprender álgebra y gramática, ¿entonces para qué?
Para saber salir adelante cuando las cosas se nos complican; para saber cómo prepararnos cuando tenemos dos exámenes en un día; para tratar a un profesor cuando parece estar en contra nuestro; para poder vencer la desconfianza en momentos de duda; para poder improvisar cuando no sepamos qué sigue. Para saber hacer sacrificios cuando salir adelante parece imposible.
Con esto derivé una noción que, aunque inicialmente parezca descabellada, me parece ser una representación bastante acertada de la misión que cumple nuestra educación. Esta propone al colegio como un juego que simula las adversidades que se nos presentarán más adelante. Puede que estas adversidades sean distintas en forma y color, pero el objetivo es desarrollar nuestra capacidad de vencerlas y así seguir adelante.
Sin lugar a dudas, el colegio es más que un juego, pues nuestro rendimiento en el mismo podrá ser determinante en el futuro de nuestras vidas. Sin embargo, al fallar en alguna de estas amenazas “simuladas” no estaremos en una posición de vida o muerte; seguiremos ahí. Puede que sea con una materia reprobada o con una suspensión, pero tendremos segundas oportunidades que nos harán más fuertes para no ceder el día que la vida nos presione con adversidades reales – aquellas en las cuales algo más que nuestro rendimiento estará en juego.
La clave está en no rendirse, en ser resistentes, en no tirar la toalla. En el mundo hay depredadores y presas y el colegio es dónde podemos tomar el primer paso hacia el futuro que queremos. Habrán momentos de soledad, de presión y de depresión, pero todo es parte de nuestra preparación como ciudadanos del mundo. Queda en nosotros alimentarnos con estas adversidades para hacernos más fuertes o dejar que nos destruyan.
Gracias, profesora desconocida, por darme una de las mayores lecciones sobre el colegio sin si quiera haber entrado en tu salón.
Un alumno irreverente y un profesor presuntuoso han servido como componentes característicos de las representativas relaciones entre pupilo y mentor, sobre todo aquellas con un aire de reyerta, carentes de compenetración y conformidad entre uno y otro.
-“Piensa que su clase es la única a la que debemos atender.”
-“Piensa que no hacemos nada durante los fines de semana.”
Esas tienden a ser las quejas que, complementadas con un aire de desconformidad, escuchamos por parte los alumnos que se quejan sobre sus profesores. Y sí, a veces sentado en el pupitre es inevitable contemplar la posibilidad de que los educadores carezcan de empatía hacia nosotros.
Cada oportunidad que tengo para hablar con un profesor de algo desvinculado a su clase revive una noción que a menudo concibo, aquella en la que más allá del salón de clase, los profesores son personas; una idea tan sencilla como olvidada. Esta misma idea pude contemplar leyendo el blog de una profesora estadounidense cuya identidad no revela. Unas pocas líneas de sus reflexiones son suficientes para hacernos saber que los maestros no son policías cuya labor es meramente imponer la educación.
Profundizando inclusive más, nos presenta con su concepto de la educación con el fin de corregir la noción distorsionada que tenemos de la misma. Nos hace entender que aquella educación que sitúa la formación académica por encima de nuestra formación como individuos íntegros, ha sido predominante en los últimos años, haciéndonos cuestionar si esta jerarquía es realmente la que queremos para nosotros mismos como alumnos y para nuestros hijos.
Si no vamos al colegio para aprender álgebra y gramática, ¿entonces para qué?
Para saber salir adelante cuando las cosas se nos complican; para saber cómo prepararnos cuando tenemos dos exámenes en un día; para tratar a un profesor cuando parece estar en contra nuestro; para poder vencer la desconfianza en momentos de duda; para poder improvisar cuando no sepamos qué sigue. Para saber hacer sacrificios cuando salir adelante parece imposible.
Con esto derivé una noción que, aunque inicialmente parezca descabellada, me parece ser una representación bastante acertada de la misión que cumple nuestra educación. Esta propone al colegio como un juego que simula las adversidades que se nos presentarán más adelante. Puede que estas adversidades sean distintas en forma y color, pero el objetivo es desarrollar nuestra capacidad de vencerlas y así seguir adelante.
Sin lugar a dudas, el colegio es más que un juego, pues nuestro rendimiento en el mismo podrá ser determinante en el futuro de nuestras vidas. Sin embargo, al fallar en alguna de estas amenazas “simuladas” no estaremos en una posición de vida o muerte; seguiremos ahí. Puede que sea con una materia reprobada o con una suspensión, pero tendremos segundas oportunidades que nos harán más fuertes para no ceder el día que la vida nos presione con adversidades reales – aquellas en las cuales algo más que nuestro rendimiento estará en juego.
La clave está en no rendirse, en ser resistentes, en no tirar la toalla. En el mundo hay depredadores y presas y el colegio es dónde podemos tomar el primer paso hacia el futuro que queremos. Habrán momentos de soledad, de presión y de depresión, pero todo es parte de nuestra preparación como ciudadanos del mundo. Queda en nosotros alimentarnos con estas adversidades para hacernos más fuertes o dejar que nos destruyan.
Gracias, profesora desconocida, por darme una de las mayores lecciones sobre el colegio sin si quiera haber entrado en tu salón.
“La Ciudad Melancólica”
Nicolás Dawson
“Todo tiempo pasado fue mejor”, dicen los viejos. Con un cigarrillo en la boca, simplemente ven pasar el tiempo.
No sabemos si las estrellas están vivas o muertas, como tampoco sabemos si el tintineo de los faroles se terminará apagando. Muchas cosas están muertas, pero parecen que viven. Esta ciudad es de muertos vivientes, plagada de caballeros de antaño junto a hombres de hojalata.
Todos viven del pasado, pero ¿acaso el tiempo no es infinito? ¿acaso no importa si es el pasado, presente, o futuro?
Ciudad de virreyes, ciudad de mendigos. Paradojas cotidianas en la gris panza del burro.
“Todo tiempo pasado fue mejor”, dicen los viejos. Con un cigarrillo en la boca, simplemente ven pasar el tiempo.
No sabemos si las estrellas están vivas o muertas, como tampoco sabemos si el tintineo de los faroles se terminará apagando. Muchas cosas están muertas, pero parecen que viven. Esta ciudad es de muertos vivientes, plagada de caballeros de antaño junto a hombres de hojalata.
Todos viven del pasado, pero ¿acaso el tiempo no es infinito? ¿acaso no importa si es el pasado, presente, o futuro?
Ciudad de virreyes, ciudad de mendigos. Paradojas cotidianas en la gris panza del burro.